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PAULA HERNANDEZ
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RECICLAJES Desde
el comienzo, la obra de Paula Hernández se ha articulado en torno al
ejercicio y la idea del reciclaje. Anclada en una mirada sensible frente
a la pobreza y a lo que significa haber nacido en un país latinoamericano,
Paula asume el concepto de reciclaje, primeramente, en su sentido elemental
para desde allí maximizar sus posibilidades simbólicas. El
reciclaje, en su alcance más primario, es una estrategia de sobrevivencia
consistente en la reutilización de los mismos recursos para
nuevos usos y aplicaciones. Esta práctica se opone al hábito masificado
del "consumo-desecho", impuesto por las economías altamente industrializadas.
El reciclaje, como práctica alternativa,
parte de la idea de que los objetos jamás se consumen totalmente,
sino que siempre queda un excedente reutilizable. Por
ello, quien cultiva el reciclaje, no sólo pone en movimiento un ejercicio
material, sino también una visión de mundo. El reciclador cree en la
reencarnación; cree que las cosas tienen varias vidas posibles y que
se pueden recuperar en nuevos roles y funciones. Esta creencia implica
también una determinada concepción del tiempo: la estructura temporal
ya no se piensa lineal y progresiva, sino circular y repetitiva. Lo
que opera como motor funcional es la idea del ciclo: para el reciclador,
los objetos materiales cumplen ciclos, tal como el agua, los planetas
o las plantas. Re-ciclar
es, en definitiva, repetir el ciclo. Esta idea, que rige los fenómenos
naturales y ha regido por milenios la vida de las culturas no asimiladas
al sistema occidental, no es, evidentemente, la que actualmente impera
en el campo de la producción material. Para la moderna industria la
repetición no es un negocio, lo que le interesa es la novedad. Su empeño
es ofrecer algo nuevo, en una escalada que .desecha lo viejo y niega,
sistemáticamente, el pasado. Una mirada resumida podría afirmar que
la causa de la catástrofe ecológica que actualmente nos amenaza se encuentra,
justamente, en esta desavenencia entre el orden que gobierna la producción
material y el orden que gobierna la naturaleza. Se sabe que la gran
medida propuesta por los ecologistas para salvar el medioambiente es,
precisamente, la práctica del reciclaje; se sabe también que esta solución
no ha sido asumida e internalizada por la masa "consumidora" que mueve
la industria y el mercado. Si
la práctica del reciclaje pudiera implementarse automáticamente, el
problema ecológico estaría, en gran parte, resuelto. Pero lo que se
pone en juego es más que una práctica: se trata de un hábito y una creencia
enraizada en la cultura de lo cotidiano. Para convertir al consumidor
en reciclador no sólo es necesario "desprogramar" sus rutinas, sino
que además se debe efectuar un cambio profundo en la estructura de su
pensamiento. En definitiva, la práctica del reciclaje impone la necesidad
de sustituir la enquistada racionalidad del progreso por la intuición
del ciclo. Hoy,
en plena crisis del paradigma moderno, la noción de circularidad disputa
con la noción de progreso en el imaginario cultural. La industria sigue
operando con el esquema moderno, pero las personas ahora sospechan gravemente
de su eficacia.¿Por qué el progreso material no se ha traducido en un
progreso espiritual? Esta inquietante pregunta se ha instalado en el
centro del sistema haciendo fallar su mecanismo. Catalina
Mena
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